El dolor es una de las razones más comunes que hace que la gente vaya al doctor. Durante mucho tiempo, los médicos se han enfrentado a un dilema cuando tratan el dolor: ¿Cómo puede un médico aliviar el sufrimiento del paciente y al mismo tiempo evitar la posibilidad de que el paciente se vuelva adicto a un medicamento opiáceo fuerte?
Hoy en día la profesión médica ha concluido que muchos doctores recetan muy poco calmante fuerte porque sobrestiman la posibilidad de que los pacientes se vuelvan adictos a estos calmantes, que comprenden a los opiáceos (de opio) como la morfina y la codeína, y a las sustancias naturales relacionadas por su estructura a la morfina. El término “opioides” se utiliza para describir la clase completa de sustancias químicas (sintéticas y naturales) que tienen una estructura similar a la morfina. Aunque estas drogas llevan el riesgo extremo de adicción para muchas personas, muchos mÈdicos no están conscientes de que estas drogas muy raramente se abusan cuando se utilizan para propósitos medicinales.
De acuerdo a varios estudios, cuando los médicos limitan los calmantes, miles de pacientes sufren sin necesidad. Este dilema sobre la prescripción de calmantes fuertes continúa mientras los investigadores buscan nuevas maneras de controlar el dolor. Los investigadores auspiciados por NIDA están encabezando la búsqueda de nuevos calmantes que sean eficaces y no adictivos.
El opio, jugo amargo y seco de la adormidera, se ha utilizado durante siglos para aliviar el dolor. Las propiedades analgésicas del opio vienen de la morfina, que es el componente activo principal del opio.
En los a‚os 1970 y 1980, los investigadores descubrieron sustancias similares a la morfina que ocurren naturalmente en el cuerpo, los pÈptidos opioides endógenos.
Sin embargo, los efectos secundarios debilitantes que los medicamentos opiáceos pueden producir, como nausea, sedación, confusión y estreñimiento, limitan su eficacia y contribuyen a la necesidad de utilizar otros analgésicos.
Los investigadores auspiciados por el NIDA están abordando esta necesidad a travÈs de varios mÈtodos experimentales. Estos comprenden:
Años de investigación han descubierto tres categorías de opioides: agonistas, como el Demerol y la metadona, que imitan los efectos de opioides endógenos; antagonistas, como la naloxona, que bloquean ciertos efectos de los opioides; y agentes opioides agonistas-antagonistas combinados, como buprenorfina y nalbufina, que activan y bloquean los efectos específicos opioides. Estos agonistas parciales-buprenorfina y nalbufina- minimizan los efectos secundarios negativos de los agonistas, incluso sedación, problemas respiratorios y posibilidad de abuso, al mismo tiempo que alivian el dolor.
Los opiáceos, como la morfina y la codeína, y los opioides, como el Demerol y el fentanilo, funcionan imitando a los pÈptidos opioides endógenos, sustancias químicas calmantes producidas en el cuerpo. Estos pÈptidos enlazan químicamente a los receptores opiáceos, activando los sistemas calmantes del dolor en el cerebro y la mÈdula espinal. Pero los opioides pueden provocar efectos secundarios desagradables como náusea, sedación, confusión y estre‚imiento. Con el uso prolongado de los opiáceos y los opioides, el individuo comienza a tolerar más las drogas, a requerir mayores dosis y a depender físicamente de la droga.
En los últimos años, la investigación ha mostrado que el temor de los doctores de que los pacientes se vuelvan adictos a los medicamentos para el dolor, que se conoce como “opiofobia”, no tiene fundamento alguno. Los estudios indican que la mayoría de los pacientes que reciben opioides para el dolor, hasta aquellos que están recibiendo terapia a largo plazo, no se vuelven adictos a estas drogas. Los pocos pacientes que desarrollan una tolerancia rápida y marcada y adicción a los opioides son generalmente aquellos que tienen una historia de problemas sicológicos o de abuso previo de sustancias.
Un estudio encontró que solamente cuatro de más de 12.000 pacientes que recibieron opioides para dolores agudos se volvieron toxicómanos en realidad. Hasta la terapia a largo plazo tiene posibilidad limitada de llevar a la adicción. En un estudio de 38 pacientes con dolor crónico, la mayoría de los cuales recibieron opioides durante entre 4 y 7 años, solamente 2 pacientes verdaderamente se volvieron drogadictos y ambos tenían antecedentes de abuso de drogas.
El problema de la subprescripción de opiáceos y opioides y el sufrimiento innecesario que la acompa‚a para millones de pacientes ha provocado una reacción oficial. En 1992 la Agencia Federal de Política e Investigación en Materia de Salud emitió pautapara el tratamiento del dolor. Las recomendaciones alientan a los profesionales de la salud a no hacerle caso a los mitos sobre la adicción a los medicamentos para el dolor y a cesar la restricción sin fundamento de la distribución de calmantes opioides. Las pautas también recomiendan mayor uso de “bombas” intravenosas de drogas, que permiten a enfermeras o a los mismos pacientes a controlar la distribución y la dosis de la droga que se está tomando. Seguir estas pautas, dijo la agencia, no sólo aliviaría el sufrimiento innecesario sino que tambiÈn aceleraría recuperación de los pacientes y reduciría la estadía en el hospital y sus costos.