A través de la historia se han desarrollado diversas teorías para explicar el fenómeno de la adicción a las drogas. Para el psicoanálisis Freudiano, la adicción es un trastorno de la personalidad. La terapia psicoanalítica, sin embargo, no ha demostrado tener resultados satisfactorios en el tratamiento de adictos. El gran doctor Karl Jung, discípulo de Freud, tuvo que reconocer que sus habilidades no eran suficientes para tratar al alcohólico con éxito. La teoría ambientalista de Adler y Sullivan sostiene que el adicto es el producto del medio ambiente donde ha vivido y se desenvuelve. No obstante, el cambiar de ambiente a un adicto, por si solo, no ha dado buenos resultados.
Por otra parte, la teoría del aprendizaje sostiene que el uso de drogas es una conducta aprendida. Sobre esta base, para tratar al adicto, han intentado diversas técnicas de modificación de la conducta, principalmente mediante la creación de un reflejo condicionado de aversión, como es el caso de dar pequeños choques eléctricos junto al uso de la droga. Este tipo e tratamiento tampoco ha dado resultados satisfactorios al problema. Otros han llegado a afirmar que la adicción es un problema de desequilibrio en la nutrición, o del nivel de azúcar en la sangre.
Pero, a pesar de todos los tropiezos que hemos experimentado en las investigaciones y tratamiento de las adicciones, actualmente hemos llegado a entender que debemos mirar este padecimiento bajo un punto de vista ecléctico. La adicción es un fenómeno resultante de la predisposición genética, la influencia ambiental y lo aprendido en el curso de la vida de una persona.
La lucha por resolver el problema de la adicción se remonta a la antigüedad. Notamos en el Código de Hamurabi, que en 1,700 A.C, ejecutaban a los “borrachos”, para que esto sirviera de ejemplo a otros. Otra mención acerca del tema podemos verla en el libro sobre farmacia del emperador chino Chen Nung, escrito en el año 2,737 A.C., en el que se habla de la Cannabis Sativa. En Persia, lo que hoy día es Irán, instituyeron leyes rigurosísimas en contra del alcohol, leyes que rigen en su sociedad y en su religión actualmente. No es extraordinario leer en los periódicos de Irán, que consumidores y traficantes de drogas han sido ejecutados en una plaza pública como escarmiento a los demás. En Arabia Saudita, otro país de la región islámica, el uso del alcohol se ha prohibido bajo pena de cárcel o hasta con la pérdida de un ojo, un dedo, etc. Otra idea para tratar de combatir la droga fue la de destruir las plantas, para así evitar la producción. Un caso semejante ocurrió en el 81 D.C, cuando el emperador Domiciano de Roma, destruyó las viñas de uva con el fin de controlar la elaboración de alcohol, y por ende su consumo entre los ciudadanos.
A pesar de todos estos esfuerzos, de vez en cuando surgía la duda entre los médicos de que quizá el alcohólico no era un criminal, sino una persona enferma que necesitaba un tratamiento específico. Veían que no eran solamente los pobres e ignorantes los que se convertían en “borrachos”. Grandes figuras de la Época tenían problemas con el alcohol: grandes poetas, escritores y artistas; el mismo Alejandro Magno murió de Delirium Tremens, como consecuencia de su alcoholismo. ¿ En qué consistía el fenómeno del alcoholismo, que ya existía desde la Antigüedad?
Ya en 1,770, el Dr. Benjamín Rush había concluido que el alcohólico era un enfermo, pero no llegó a publicar sus estudios por miedo al movimiento de la Templanza que estaba surgiendo en los Estados Unidos en aquella Época. El Dr. Magnus Huss fue el primero que, en 1,849, publicó investigaciones sobre el problema, y el primero en usar la palabra “alcohólico”. Entre 1,857 y 1,874, por lo menos 11 hospitales se abrieron en los Estados Unidos para tratar al alcohólico como a un enfermo, pero nunca llegaron a tener impacto entre la comunidad científica y médica. Hubo otras investigaciones hechas por médicos alemanes, franceses e ingleses, pero ni siquiera el trabajo realizado a nivel internacional fue lo suficientemente intenso para despertar el interés general.
El adicto no respondía ni al castigo de la cárcel, ni a las amenazas de enfermedades más graves, ni a las demás complicaciones de salud producidas por su adicción. Al superar cualquiera de estos problemas, más de una vez se le encontraba de nuevo tomando tragos o usando drogas. A veces, se le veía buscando su droga aún estando dentro de la misma cárcel u hospital.
En el siglo XIX, fueron creadas tres de las drogas más difíciles de tratar. En 1,903 Frederick Adam Sertuener aisló el alcaloide del opio, denominándole morfina. La creó como la droga que podía curar la dependencia del opio. Así, muchos soldados heridos en las guerras de ese siglo, se hicieron adictos al opio, y luego a la morfina, debido al tratamiento que recibieron en los campos de batalla. Como si eso no fuera suficiente, en la búsqueda de una sustancia para curar al adicto al opio y a la morfina, se creó la heroína. Desgraciadamente, y un poco tarde, descubrieron que la heroína era tan adictiva como las otras drogas que pretendían combatir. De este modo, se encontraron con que un nuevo intento de lograr un tratamiento efectivo para el adicto, había fracasado.
Sólo faltaba la cocaína para completar el cuadro, pero esto no fue por mucho tiempo. A mediados del mismo siglo, el Dr. Albert Nieman, en Viena, fabricó el clorhidrato de cocaína por primera vez. Sigmund Freud hizo una disertación literaria en su artículo “Sobre la Coca”, en el que concebía esta sustancia como un remedio para la adicción a la morfina y para el alcoholismo. Asimismo animaba a los psiquiatras para que usaran la cocaína para tratar la depresión y la fatiga. Consecuentemente, el uso de esta sustancia aumentó rápidamente, y se extendió por todo el mundo. Pero muy pronto, Freud fracasó en el tratamiento de un colega, que tuvo experiencias paranoicas-esquizofrénicas, acompañadas a alucinaciones similares a las experimentadas durante los episodios de Delirium Tremens del alcohólico. Luego, el cirujano William Steward Halsted, que descubrió las propiedades de la cocaína como anestésico local, se convirtió en otra de las primeras víctimas de la dependencia de esta sustancia, a través de su experimentación con ella. Nuevamente fue tarde para descubrir que nos encontrábamos ante otra droga problemática contra la que habría también que luchar.
En este momento, debido a nuestra gran frustración como sociedad, comenzábamos a asegurar que ni la drogadicción ni el alcoholismo tenían cura. Estos pacientes empezaron a considerarse casos perdidos, imposibles de tratar con Éxito. Esta imagen del adicto como un degenerado, era corroborada por la conducta ilógica e irresponsable del individuo mientras estaba bajo la influencia de la droga. Hablábamos de Él en términos morales: identificábamos la “mala conducta”, provocada por la influencia de la droga, con la “mala persona” que elegía consumir estas sustancias. Toda esta clasificación errónea del adicto se debió a que en aquel entonces no existía el entendimiento profundo del adicto ni de su enfermedad, que hemos logrado en la actualidad gracias a los inmensos avances de la ciencia y de la tecnología aplicada a la medicina.
Si no fuera por el surgimiento del problema epidémico de la cocaína, quizás pensaríamos de la misma forma hoy en día. Los miles de adictos a la cocaína nos obligaron a buscar una solución cuanto antes. Llegamos a entender lo equivocados que habíamos estado, tanto los profesionales como los familiares, con respecto al adicto y al mal que padecía. Vemos hoy que al no entender la enfermedad, nuestras intervenciones, nuestros diagnósticos y nuestros tratamientos estaban equivocados y, consecuentemente, eran inútiles. Por este motivo sólo un número mínimo de pacientes sanaba. Pocos profesionales querían tratar al alcohólico o al drogadicto, por considerarla una labor inútil.
Esta situación empeoró en la década de los cincuenta y sesenta, debido a la incorporación de tranquilizantes al tratamiento de las adicciones. De más está decir que únicamente logramos con esto, en el mejor de los casos, producir una transferencia de la adicción del paciente, de la sustancia inicial a la nueva sustancia, o sea, los mismos tranquilizantes. En otros casos, este tratamiento sólo representaba la introducción de una nueva adicción que se agregaba a la dependencia inicial del paciente.