Hay ciertos psicólogos que trabajan con familias en las que uno de los padres es adicto, que establecen una diferencia entre la codependencia en cuanto a esposos u otros adultos, en comparación de hijos que nacieron con el problema de la adicción. El niño o niña que nace en una familia con alguna adicción activa entre sus padres, es verdaderamente una víctima, y para estas personas utilizan el término paradependientes, porque son parecidos, o sea imitadores del adicto y de los codependientes.
La persona codependiente es alguien que depende del adicto, y tiene su identidad y existencia completamente sincronizada en forma de acción/reacción o en obsesión/compulsión con él. Los codependientes tienen que serlo para poder funcionar, y, pueden ser madres, padres, tíos, tías, abuelos, hijos mayores, hermanos mayores, amigos adultos, etc. Siguen en esta relación enferma porque le sacan algún provecho o satisfacción.
El caso del niño que nace o que se encuentra en una familia adicta a partir de sus primeros años de vida, es muy diferente. él no escogió nacer en esta circunstancia; no puede independizarse de sus padres por su condición de menor, y está a merced de ellos, sin tener la experiencia ni los conocimientos para entender todo lo que está sucediendo y poder protegerse de da‚os mayores.
Este niño se ajusta y se adapta a la enfermedad en su familia, pero crece con miedo, soledad, sentimientos de baja autoestima, y faltándole muchos de los gozos que el niño de una familia sana normalmente experimentaría… El sistema en el cual nació, no le puede satisfacer las necesidades básicas que le son indispensables para llegar a un estado de mayor madurez. Se encuentra abandonado emocionalmente por los mayores, porque ellos están obsesionados con resolver el problema del adicto, y no se dan cuenta de lo poco que le dan al niño.
Algunas veces otros miembros de la familia como los tíos, abuelos etc. tratan de minimizar los daños. Llenando los vacíos dejados por el adicto y su codependiente. Pero hay veces que esto no es suficiente. Otras veces ocurre que todo el sistema adulto que rodea al niño, es codependiente, entonces el abandono emocional de los más peque‚os es completo.
En una familia disfuncional, fuera de control, el niño no aprende a ser capaz; no siente que tiene el poder de determinar nada de las realidades de la vida, le parece que ningún plan se realiza. No hay estabilidad o estructura como en otras familias; solamente ha visto fracasar los intentos familiares para resolver el problema de la adicción. No se siente preparado en las habilidades sociales para juzgar y responder adecuadamente a todas las situaciones que se puedan presentar. Crece aislado y diferente a los demás.
Estos problemas que ocurren en la vida temprana de esos niños, también tienen consecuencias adversas en su vida posterior. Por ejemplo, cuando son adultos, los hijos de adictos suelen ser personas inconsistentes, que no saben tomar decisiones, tienen dificultad en sus relaciones íntimas, no saben jugar y no tienen sentido del humor. Son personas que se juzgan severamente a si mismas, y suelen exagerar su reacción ante situaciones fuera de su control. Son personas que dependen de otros para su autoestima, por tanto son muy frágiles y sensibles, y necesitan del aplauso y el apoyo externo para sentirse bien. Su conducta es superresponsable y leal, o bien, es súper irresponsable. Siempre se sienten distintos de los demás.
Lo más grave del problema es que la mayoría de los hijos de adictos no aparentan lo que son. Han aprendido a sobrevivir en situaciones terribles, poniendo a todo buena cara. Han aprendido a dar gusto y a complacer para no crear problemas con su pariente adicto, saben cómo conducirse servicialmente con los demás. La tolerancia es una de sus mayores cualidades; pero lo que se ve, no es necesariamente lo que hay dentro de ellos.