El enojo viene del miedo. Este es lo que llamamos una emoción secundaria; o sea, una emoción de reacción a algo que nos amenaza. Entonces, el enojo o la ira vienen para que nos podamos defender de aquello a lo que tememos.
En la familia con un adicto, los familiares se ven amenazados de perderlo todo. La progresividad de la enfermedad es una pérdida paulatina de lo que es sagrado en una familia y de todo lo que hace saludable al núcleo familiar. Se va perdiendo todo, cosa por cosa: se pierde el orgullo, la paz, la comprensión, la amistad, la reputación; se pierde la felicidad en los bautismos, matrimonios, graduaciones, fiestas navideñas, y cumpleaños; se pierde tiempo, dinero, comunicación, apoyo positivo, tiempo de entretenimiento constructivo, fe, amor y esperanza.
Este es un proceso de pérdida tan real como el de la persona que experimenta la muerte de un ser querido. La familia pasa por las mismas etapas de choque, ira, y depresión. Sin ayuda, muchos familiares nunca llegan a la última etapa de la aceptación, porque no entienden la enfermedad, y las heridas han sido demasiado profundas. El proceso de muerte es real. Ni el adicto ni sus familiares se encuentran vivos, en las etapas avanzadas de la enfermedad. No tiene lógica ni explicación. La vida para ellos es una muerte diaria, en un callejón sin salida. De allí los sentimientos de enojo tan profundos, en todos los miembros de la familia.
Como vemos, en esta etapa la familia como conjunto ha llegado a tal desesperación, que tiene que buscar ayuda para ellos y para el adicto, o terminarán enfermos mentales, o en la cárcel o muertos. La gran impotencia que tiene cada uno de los miembros de la familia, al no poder lograr que el drogadicto deje de usar la droga, tiene una sola respuesta, el enojo. Este es el sentimiento que constituye el timón de la vida diaria para la familia adicta. Ellos ya no se quedan unidos por el amor, sino por el dolor.
A pesar de que la ira está muy reprimida y escondida del adicto, él la percibe en el comportamiento de cada uno de los miembros de la familia. El sarcasmo, la falta de confianza, la crítica del adicto; el apartarse y no comunicarse con él; el tratarlo como a un nñ‚o; el sentirse superior a él, etc., le hacen ver que hay enojo escondido muy dentro, que se manifiesta a través de las actitudes y comportamientos de los familiares hacia él.
El familiar que ha llegado a este punto en el desarrollo de la enfermedad, tiene que pasar un proceso de curación, de recuperación. Tiene que buscar ayuda y terapia para si mismo, de manera que pueda restablecer y mantener relaciones sanas con el adicto y con las demás personas que le rodean. Esto es necesario independientemente de lo que suceda con el adicto. Si el familiar así afectado no busca ayuda, para restablecerse, el enojo y el resentimiento afectarán todas sus relaciones futuras, y todas sus actividades, lo cual puede llevarlo a niveles profundos de depresión.